jueves, 9 de diciembre de 2010

Los procesos urbanos y su implicación en la configuración de las identidades barriales: el caso del barrio San Jacinto.

Luis Alberto Martínez Marín.
Estudiante de 5to año de la carrera de Antropología Sociocultural. UES.
Avance de investigación. "5to foro de estudiantes de Antropologia y Arqueologia Identidad e interración cultural desde El Salvador" UTEC
15-09-10
Resumen.

La motivación del presente trabajo nació de la vivencia en los antiguos barrios de la capital Salvadoreña y a través de la cátedra de antropología urbana. Pues estas son cómo formas propias de organizar lo vivido, lo “nuestro” de los pobladores de los antiguos barrios de la ciudad antaño, fulgorosos barrios.

Entonces la pregunta era cómo podría entenderse esa formación barrial a la luz de las teorías de la antropología sociocultural, específicamente de la Antropología Urbana. Para ello debíamos concebir el barrio con una formación total en correspondencia a la sociedad nacional dominante específicamente- la ciudad de San Salvador-, y los cambios y re-configuraciones sobre los antiguos barrios, que el proceso de urbanización aporta consigo.

Actualmente el fenómeno que vive la ciudad de San Salvador es muy complejo pues, la ciudad padece entre muchas otras cosas, una fuerte fragmentación y segregación en la que se sobre-valoran nuevos territorios asociados a la modernidad.

El trabajo se encamina a concebir el barrio de San Jacinto, no sólo como un espacio físico, sino como una formación histórica y social, portadora de unas identidades sociales he individuales no rígidas, sino en construcción sincrética permanente.

Para ello será primordial descubrir el papel histórico que este barrio habría jugado en relación con la gran ciudad de San Salvador, que lo absorbe. Así como también, los puntos de encuentro y desencuentro en una función histórica que le toco cumplir en esa formación social urbana. Buscando lo propio del barrio si lo hay.

Palabras clave:
Procesos urbanos, San Salvador, historia local, barrio San Jacinto, identidades barriales.

Dónde mejor se puede notar la creciente presencia de población viviendo en las ciudades, en el caso Salvadoreño, es en las estadísticas censales: “La población que reside en áreas urbanas ha aumentado de 26% a mediados del siglo XX a 60% en la actualidad”. (Propuesta para un programa de pobreza urbana PNUD 2009: 16)

Habría que señalar que son múltiples factores los que atraen personas a las ciudades, para el caso escapan a esta presentación.

La forma de vivir en la ciudad es constitutiva de un orden, mediante la demarcación de barrios que era la norma bajo la cual, los españoles se asentaban en el centro de la población y a los indígenas en la periferia. En una relación que establecía el poder y la notoriedad de los señores del centro.

Esta singularidad de orden barrial es constitutiva del crecimiento de las ciudades las cuales se imbrican mutuamente: “Podemos decir que nacen los barrios a la par del prestigio que adquieren “las luces del centro” para los imaginarios surgidos en esos mismos barrios” (Gravano 2003: 69)

Por lo que ciudad y barrio se construyen mutuamente, además esta formación barrial se puede caracterizar, aunque no sea una definición univoca como: “La unidad básica de la vida urbana es el barrio. Se trata a menudo de una antigua unidad de carácter religioso, de una parroquia que todavía subsiste, o de un conjunto funcional… el barrio posee un nombre, que le confiere personalidad dentro de la ciudad” (George citado en Gravano 2003: 15)

Partiendo de esta caracterización se puede advertir que San Salvador ha contado con numerosos barrios, entre ellos: La Vega, Concepción, San Estaban, Candelaria, Santa Lucia, San Jacinto -desde 1900-, que han estado bajo el flujo y la centralidad del poder capitalino de San Salvador.

Estos barrios han tenido unas tradiciones y vivencias bastante importante para los procesos identitarios barriales, en relación con la ciudad de San Salvador, y de sus identidades barriales propias, por ejemplo para las fiestas patronales de Agosto: “ A cada barrio le correspondía celebrar un día, en el cual se organizaban carrozas, bailes y otras diversiones. Había un intenso intercambio entre los barrios, las “entradas” daban origen a un sistema de ayuda mutua para los gastos ceremoniales” (Rodríguez 2004: 21)


Actualmente, el proceso urbano salvadoreño ha ocurrido por fases más o menos discontinuas, coadyuvando decisiones económicas productivas. Por una parte asociada a la agricultura de mono- cultivo, y los procesos políticos propiciados por el auge de industrialización y sustitución de importaciones. Pero la concentración de la población ha sido constante, en la capital llegando a desbordarla, hasta configurar los que se ha dado en llamar el Área metropolitana de San Salvador (AMSS).

Sin embargo, la sociedad Salvadoreña ha experimentado lo que podría llamarse unas características socio-culturales propias de una configuración de lo urbano, entendiéndolo.
A manera de un paradigma de “civilización”, desde fines del siglo XIX, caracterizado porque: “El poder estatal estaba bastante consolidado y el proyecto nacional oficial ya había tomado fuerza” (Bernal 1998: 108)

Es en esta época y, aún antes que la comunicación comienza a darse con mucha fluidez; el telégrafo, el periódico, las revistas, las carretas haladas por mulas, el tren mismo obrando que: “Los alcances de poblaciones aisladas que iban formando parte de conglomerados urbanos marcaron la ruta con la mítica creencia acerca del progreso y del engrandecimiento de la unidad nacional” (Aguilar 2003: 206)

Aunque hay que reconocer que era una minoría la que gozaba de estos beneficios, los cuales estaban presentes condicionando tanto el presente como el futuro: “De la circulación física de personas y capitales nace la movilidad social” (Sztulwark 2008: 1999)


Aunado al auge “progresista” de la época se destacaba un importante segmento de la población con una fuerte diversificación de diferentes oficios, y divisiones sociales. Para el caso del territorio de San Jacinto, un informe de la Alcaldía del pueblo de San Jacinto de 1856, daba cuenta de: 10 herreros, 30 comerciantes, 3 carpinteros, 6 sastres, entre otros.

El hoy barrio de San Jacinto, por su cercanía a la ciudad capital, se caracterizaba en él esa especie de territorio Hinterland: “Tierra posterior a una ciudad o un puerto” . Donde se podía ir de paseo, y existían atracciones naturales como las numerosas quintas y fincas, destacaban entre otras la Modelo – por ser un centro de refinamiento de cierta forma cultural- , o las celebraciones de las fiestas patronales, o ser la acogida de las oficinas estatales, o simplemente ser un lugar de vivienda para las clases populares que también allí habitaban en los diversos mesones, que confluían en las labores de la ciudad de San Salvador.

Pero es sobre todo en el mantenimiento de relaciones sociales continuas, asimétricas, complementarias en función con San Salvador donde mejor se muestra como territorio dependiente. Pues, es a través de la pelea por el espacio y las actividades de tipo habitacionales, comerciales, de bienes y raíces, constituyendo solo una muestra del los interés que priman. Y se muestra mucho mejor, a través de la apropiación del espacio que las ventas informales han hecho de varias manzanas del llamado centro histórico de San Salvador.
Esta relación genera una especie de simbiosis: “Entre relaciones sociales en el espacio –urbano- y relaciones sociales con el espacio existe una interdependencia que es determinante (Castells citado en Signorelli 1999: 41).


La ciudad, lo urbano y el barrio.


Un punto importante lo constituye en el estudio de las ciudades, las teorías desarrolladas hasta ahora, por una parte de la tradición Anglosajona. Estas teorías, especialmente la Escuela de Chicago, se esfuerzan en explicar fenómeno del conflicto en la ciudad, tras unas condiciones sociales de cambio -urbano-capitalita, industrial- en diferentes colectivos de personas que poseían diversas experiencias y orígenes.

Punto importante para lo que será la disciplina de antropología urbana posteriormente en cuanto visualizan una densidad y una heterogeneidad del espacio de la ciudad, así como también el uso del método etnográfico en pequeñas comunidades.

Está reflexión, que elaboraba la escuela de Chicago pretendía entender la realidad espacial y social, que en ese contexto se estaba dando, - con todas las criticas que se puedan hacer- como un conflicto latente y, creciente cuyo cariz del proceso muy bien lo define Manuel Castells: “Proceso propio del desarrollo de la sociedad capitalista caracterizado por la concentración espacial de la población a partir de determinados limite de dimensión y densidad (...) “. ( Manuel Castells citado en Giner y Espinosa 1998: 807)

Hay que decir que este sistema cultural –urbano- capitalista- que se produce en las ciudades, y que somete los territorios próximos, es una perspectiva siempre presente en el despliegue de relaciones de poder, y recursos sobre un territorio: “Los contrastes de clase (de la que los barrios son marcas físicas) se dan por la apropiación del excedente urbano dentro de la propia unidad ciudad, entendiendo por urbano el valor de uso de la ciudad como insumo necesario para la reproducción material y social” (Gravano 2003: 64)


Este valor de uso de la ciudad, y los territorios circunvecinos para la reproducción material, y de poder hegemónico, se habría manifestado a la hora de que los Españoles deciden asentar la ciudad de San Salvador, en lo que hoy conocemos como el centro histórico que tenía las características siguientes: “La Aldea” como se conocía este lugar, era un asentamiento localizado en las vegas del río Acelhuate, que había progresado en virtud de ser un punto de confluencia de un conjunto de pueblo de indios asentados en una fértil y rica región en la cuenca del río Acelhuate y del lago de Ilopango” (Larde y Arthés citado en Rodríguez 1998: 22)
Mediante este proceso se regulan y se crean relaciones, que no son ajenas a los barrios de las ciudades, más bien están confluyendo en esa dinámica “nacional”. Para el territorio de San Jacinto, no era casualidad que su periferia con la gran ciudad, había una planeación una forma de organizar el espacio, propiciatoria de roles, donde el centro sé vía beneficiado: “A pesar que San Salvador eran una ciudad de españoles que por ley debía estar separada de los pueblos de indígenas, su desarrollo urbano estuvo muy relacionado con la dinámica social y económica de los pueblos de indios localizados en sus alrededores” (Rodríguez 1998: 24).

Esta imbricación entre lo que podemos llamar lo más global; como la sociedad salvadoreña-urbana de entonces- y, lo local –San Jacinto-. Es detonadora de diferentes tipos de identidades. Por la cuales el proceso urbano resulta: “Un estilo de vida marcado por la proliferación de urdimbres relacionales des-localizadas” (Delgado citado en Sztulwark 2008: 195) seguida de una consecución a lo que se proyecta como modernización. Así el barrio y ciudad se constituyen mutuamente bajo las formas propias, históricas y relacionales de alteridad, segregación y conflicto. No obstante hay una imposición y gestión de la ciudad de San Salvador, en la demarcación del espacio, influencias culturales, políticas sobre el barrio San Jacinto.


Propicia que en ellos se de, una especie de estigmatización qué marca el territorio: “En la ciudad se dan procesos de alteridad debido a la heterogeneidad de sus habitantes, que se identifican con ciertos grupos y lugares de la ciudad; donde los grupos se apropian de un espacio y se identifican con el” (Retamal 2004: 17)

Ello implica que dentro del mismo barrio puede haber importantes segmentos de habitantes que no necesaria mente se identifican con el barrio. Pero es a través de una historia propia, que condiciona el ser social de tipo relacional del territorio del barrio San Jacinto, donde mejor se aprecia. Teniendo en cuenta su cercanía con la ciudad tanto geográfica, así como también social que anteriormente hemos señalado.

El lugar del barrio San Jacinto.

Bueno habría que decir que esta parte de la ciudad, -hoy barrio- contiene mucha historia, simbolismo y, relevancia. Además de tener muchos sobre saltos o cosas no dichas que se pierden en el tiempo o entre sus moradores. Pudiendo articular una historia desde, lo que podría llamarse “una elite social”, o unas relaciones sociales más populares.

Como también, tematizar sobre identidades políticas, religiosas, no obstante, aquí trato de ver el barrio como una formación histórico social –urbana- total, en construcción sincrética permanente.

Y trato de encontrar en la historia y en la actualidad esos grupos sociales que generan cierto tipo de símbolos y valores con alguna trascendencia, esto también a partir de la convergencia en el barrio con la sociedad urbana nacional – San Salvador-

El territorio de lo que hoy constituye el barrio de San Jacinto, fue uno de los pueblos más antiguos adyacente a la ciudad de San Salvador.

“El origen de los primeros pobladores del barrio de San Jacinto, proviene de un asentamiento indígena los cuales posiblemente fueron pipiles” (El libro del Pueblo-Barrio San Jacinto inédito 2006: s/n). Y también tuvo lugar el vestigio de asentamientos indígenas en el ahora cuartel el Zapote: “En síntesis Latrop sugirió para esta zona, una ocupación temprana desde la ceniza volcánica del clásico cultura maya clásico, cultura pipil posclásico” (informe sobre cuartel el Zapote Museo de historia militar)



El territorio de San Jacinto fue absorbido poco a poco, por la traza ordenada de la ciudad de San Salvador. Como se muestra en la foto de mediados del siglo XIX, era un punto de salida o entrada.

Actualmente, según el sitio web de la Municipalidad de San Salvador, (www.amss.gob.sv.distrito5): Posee una extensión territorial de 18,23 kilómetros cuadrados, con una población de 128,000 habitantes, según el director del distrito 5, Don Jesús Avalos.
Limita al norte; con parte de la 49 ave sur.
Al sur, limita con el pueblo de Panchimalco, desde el trifinio entre San Salvador, Antiguo Cuzcatlán.
Al este; limita con San Marcos.
Al oeste; parte de la intersección de la 49 ave sur, quebrada de la mascota con rumbo
hasta, la intersección con la autopista sur y calle Montserrat

Además, se originó la convivencia entre indígenas y españoles, que no era del todo pacifica, debido a los antecedentes de otras poblaciones al interior del país en las cuales el conflicto por repartición de tierras era latente , y se trasladaba o otras instancias como las religiosas o políticas.

Estos conflictos en el territorio del barrio San Jacinto, tenían una fuerte vivencia a través de la celebración de los santos patronos: “Las damas ladinas importantes del pueblo- San Jacinto- y del “centro”, obsequiaban ricas vestiduras o joyas a la imagen de nuestra señora de la Asunción, quien más parecía una rica matrona que una virgen. Los indígenas, por el contrario, se volcaban adornando y celebrando al santo patrón –San Jacinto- con adornos propios de las cosechas del pueblo (maíz, achiote, frutos, etc.)” (FP).

Después de todo lo conflicto que en estas relaciones intra-grupales, pudiera ser a ello se sumaba como se dijo anteriormente, su cercanía a la ciudad capital se vuelve de cierta forma contra producente, ello porque era una especie de escondite muy cercano a la capital.

Es así como a finales del siglo XIX, en quizá de las primeras reformas “urbanas”, que entre otras cosas, busca llevar más fondos a las arcas centrales de la Alcaldía se proponía la inminente absorción por la ciudad de San Salvador: “En primer lugar debe procederse á la unificación de la administración local. San Jacinto esta comprendido ya en una zona natural topográfica, dentro de la capital. Aquella población, que bien puede considerarse como suburbio de la capital, se aprovecha de las ventajas de ésta (...)” (García 1958: 245)


Es preciso anotar también esa dualidad que concebía el autor de tal reforma, y es la que observamos que se puede nombrar como el territorio de San Jacinto, un Hinterland, -él la nombra suburbio-. Lo que quiero resaltar es esa influencia y dualidad que la ciudad ejercía sobre el territorio de San Jacinto, de alguna manera justificaba esa reforma.

Esta medida es de una enorme trascendencia para la identidad de barrio de San Jacinto, pues para muchos moradores del barrio: “Esa medida provocó una reacción adversa en la población que se resistió a la misma al grado que se logró hacer efectiva hasta 1903 por considerarlo la comunidad como una maniobra política dirigida por ciertos intereses solamente contra San Jacinto.” (Ticas 1986: 32).

Esto porque también, se obró de la misma forma para otras poblaciones con núcleos indígenas importantes como; los barrios Aculhuaca, San Sebastián, Paleca, Cuscatancingo y mejicanos, sin embargo, esto logran después de un tiempo volver a su categoría de pueblo con autonomía propia.

Pero podemos decir ahora que por una parte San Salvador, el poder de la autoridad central había puesto sus ojos en esta parte sur de la ciudad, ya antes se había instalado una guarnición militar, luego se procede a la compra de la finca Natalia, donde va tener cabida la Escuela normal de maestros. También importantes personajes del momento tenían sus fincas: “Las sucesiones Meléndez, Calvo, Rico (...) don José León Narváez con más de 4 manzanas de tierras planas y fértiles, doctor don Santiago Letona Hernández, doctor Pío Romero Bosque (...) formando un conjunto de cerca de cincuenta manzanas de tierra plana, muy fértil para café, caña de azúcar, cereales y otros cultivos provistas de agua cercana “(Mira 1916: s-n)

Es a partir de los hechos anteriormente descritos que hacen referencia por una parte, a la absorción del territorio de San Jacinto, por la ciudad formalmente en 1900. Y a través de una atracción que logra generarse para ciertas familias “notables” (usando el gentilicio de Chinteños) por un lado, y de consolidarse el poder estatal-Casa presidencial- en el barrio que condiciona su ser social y construye gran parte de su identidad.

Identidades del barrio San Jacinto.


Como se ha visto San Jacinto, posee muchas situaciones que han condicionado su conciencia social, diferentes grupos sociales, portadores de símbolos y normas al interior y en contacto con la gran ciudad.

Al respecto la identidad se entiende aquí como: “la participación de una persona como parte del mismo grupo étnico entraña una coparticipación de criterios de valoración y de juicio. Por lo mismo, se parte del supuesto de que ambos están fundamentalmente “jugando al mismo juego”; esto significa que existe entre ellos una posibilidad de diversificación y expansión de su relación social capaz de cubrir, en caso dado todos los sectores y dominios de su actividad. Por otro lado, la dicotomía que convierte a los otros en extraños, y en miembros de otro grupo étnico, supone un reconocimiento de las limitaciones para llegar a un entendimiento recíproco, diferencias de criterio para emitir juicios de valor y de conducta, y una restricción de la interacción posible a sectores que presuponen común acuerdo de interés.” (Barth 1976: 18)

Lo que el antropólogo, Lara Martínez llama una relación social, una relación de oposición y contraste (Lara Martínez 2005: 441)

Al respecto esta relación de oposición y contraste ha destacado en dos grandes grupos, por un lado la sociedad local que connotaba la relación indígenas, y el grupo de los ladinos –españoles-, y por el otro el grupo de la sociedad nacional más dominante- San Salvador.

Sin embargo, se puede decir que el qué mayor cohesión logro tener fue el grupo de la sociedad dominante, pues entre otros logros plasmar símbolos de tipo cívico nacional de largo aliento. (Como la ubicación en el cuartel el Zapote de lo que los gobiernos de derecha dieron en llamar el altar a la patria- descanso de los retos del Prócer Matías Delgado). Esto aunado a la simbolización del barrio San Jacinto habría conseguido, tras la ubicación del poder presidencial que para la nación ha representado, y no digamos para un barrio que “familias”, (hay entre ellos muchos militares, políticos, artistas, intelectuales de la época) decidieran ubicarse entre la 10 Ave Sur, adyacentes a la poder simbólico de la casa de gobierno. Destacando sus casas como espacios grandes, detalles y materiales innovadores de la época.

Esto solo es cuestionado, tras el advenimiento de las protestas sociales queda paso a la más reciente guerra civil. En esta época: “Veíamos mal que estuviera casa presidencial aquí, por qué venían las protestas, tiraban bombas, y las balaceras y nos encerrábamos” (MB), además con el paso del tiempo al morir la cabeza de familia- el patriarca-, los hijos de estos se ven absorbidos por la modernidad: “Se van a las nuevas residenciales, que han abierto allí por Colón, los Chorros” (SS)


Por su parte el grupo de la sociedad local, que convivían ladinos e indígenas. Asume estos símbolos creados por la sociedad nacional. Pero también hay una manera propia, de reelaborarlos. El conflicto estaba estructurado de manera tal que: “Existía una demarcación geográfica del lugar de residencia de cada grupo de moradores a un lado de la calle central del pueblo vivían los aborígenes y al otro los ladinos procedentes de San Salvador” (Ticas 1986: 31)

Se ha creado un sistema de valores y normas que acompañado del proceso urbano, y la absorción del barrio creaba símbolos –edificios, monumentos-patriotismo- que tenían que ver con el discurso de corte republicanos. Por parte de la sociedad dominante capitalina.
Y cuyos valores son asumidos por el sector dominante del territorio de San Jacinto- el ladino-español-, y entran en confrontación con el lado más indígena del territorio.

Así, los pobladores indígenas o lo que quedaba de ellos, se ven aplastados y en 1953 desaparece la cofradía de San Jacinto, sobreviviendo aunque quizá no con la misma notoriedad en la actualidad la de virgen de la Asunción.

Y son pocos los habitantes del barrio ya sea de una corriente étnica o la otra que viven en él, mas bien, los Chinteños me dijo una señora se encuentran resentidos y retirados de actividades sociales.

Para la clase baja esta socialización de vivir en el barrio se trasluce, tras la oportunidad que tenían de socializar con el ocio de los mismos presidente de la republica salvadoreña, tal como me lo comento uno de ellos: “Abrí la puerta jueputa- le digo - el presidente. Ha come mierda –me dijeron-. Apúrate abrí me dijo. – Ya abrí veda-. Buenas noches señor presidente. AyAy-aquí no soy el presidente, aquí soy Julio Rivera. -Que tal denme un trago pues- (CC).

Ello me hizo pensar también en como se modelaba una conducta, o normas vistas en ese roce que se generaba entre los estratos más populares, y “la elite”. Lo confirmo la entrevista que tuve con un “Chinteño”, del estrato popular en cual vivía a escasa dos cuadras de la Casa presidencial, él me mostró fotografías del antiguo San Jacinto, y además su colección de revistas sobre acontecimientos Europeos, que destacaban explicando la segunda guerra mundial. O sea el impulso que se habría logrado por una parte de las conciencias obreras hacia la ilustrarse en el conocimiento lograba gran parte de su cometido. Y sé constata aún más al hablar algunos descendientes de los “Chinteños”, muchos tienen una profesión.


Pero también, del lado más popular existían numerosas personas, que vivían en los antiguos mesones. Y más aun, existía un fuerte numero de mujeres de vendían en los mercados, en puestos de carne, etc. Muchas de estas mujeres, en conversaciones con algunas personas del barrio me manifestaron qué se asimilaban, tanto en su vestimenta y gustos, a la expresión de la cultura ladina, además se sumaban al culto de la Virgen de la Asunción.

Es pertinente denotar que el espacio del barrio San Jacinto, no es sólo un espacio físico, que encierre una arquitectura, edificios. Sino qué es un espacio que cobra vida. Ello a través de la actividades de antaño de carácter religioso fiestas patronales, cofradías.

Y Actualmente, la existencia de diversas identidades del barrio de construyen; la Asociación comunal San Jacinto, la Mesa barrial (distrito 5), la Casa del Cultura de San Jacinto, Asociación de mujeres salvadoreñas en acción del barrio San Jacinto, la Parroquia de San Jacinto. Reindican valores barriales distintos pero, todos hacia una misma: “(...) formación social del barrio se desarrolla a partir de determinadas prácticas sociales y redes que los individuos elaboran, como forma colectiva que otorga y permite el funcionamiento del espacio colectivo” (Retamal 2004: 32).

Lo anterior lleva decir que es; a través de estas practicas sociales, que un barrio es construido. Y cumple funciones que los más fuertes logran imponer, pero también se puede notar el dis-censo, en la conformación de unos discursos sobre el barrio.

Estos barrios están en construcción permanente de sus símbolos y normas. Así, se denota por ejemplo, en el encuentro que la feligresía católica ha tenido con otras religiones como las protestantes o la creación en la misma parroquia de San Jacinto,-durante el tiempo de la guerra- y el surgimiento de las comunidades eclesiales de base. O también, asumir la alteridad de lo que ha representado los procesos urbanos un tipo de vecino- mayormente de comunidades-, que se le ve de cierta forma con recelo

A modo de conclusión:

Este uso institucional que actualmente conserva, es también complementado por disponer de centros de distracción, o parques nacionales. Esto constituyo un punto importante de atracción, ya que en el territorio de San Jacinto, tuvo lugar la primera feria internacional-1904- en la que el Salvador participo a nivel mundial.

Puede decirse que era una zona que las autoridades de entonces deseaban mostrar al mundo, en terrenos del hoy Zoológico nacional. Remplazada ahora por la avenida la revolución, sus hoteles, y su cercanía de la Casa presidencial actual.

En la actualidad se ha convertido en un barrio de raigambre más popular.
Pero su figura de Hinterland, sigue allí. No en balde, se ha planificado construir por las autoridades municipales el “Disney- Land” Salvadoreño en sus parques y complejos recreativos.

Por una parte sé nos impone ese peso histórico del lugar de barrio, que la modernidad se encarga de retirar; pero es curioso que mientras en San Salvador, se potencian otros territorios –como la zona de los centros comerciales de la finca El espino- en detrimento de lo que es no sólo del territorio del barrio San Jacinto o el centro histórico de San Salvador.

Se constata que la identidad del barrio San Jacinto, se ha construido en interacción de las dos corrientes étnicas del barrio, una representa la simbiosis con la sociedad dominante que logra imponer símbolos de largo aliento. Y que lo apaña, en su estructura social, económica, productiva, cultural.

Por lo que esta identidad barrial se complementa con la identidad capitalina salvadoreña de ese momento –final de siglo XIX, y mitad del siglo XX... Pero que también un sector importante del barrio esta contradiciendo estos valores, pero que son asumidos en cierto grado.

La modernidad misma con la fragmentación que provoca, se ha encargado a su vez, de volver a los “barrio cerrados”; espacios de viviendas para sectores medios y altos de la sociedad, asociados a la seguridad y modernización. ¿Será una manera nueva de vivir el barrio?





Bibliografía.



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1976 Siglo XXI México.


Gravano, Ariel Antropología de lo barrial: estudios sobre producción simbólica de la vida
2003 urbana. 1ª ed. Buenos Aires Espacio


García Miguel Ángel, Diccionario Histórico enciclopédico de la republica de El Salvador.
1958 Tomo III San Salvador. Imprenta nacional.


Herrera Rodríguez, América. San Salvador, Historia urbana 1900-1940.
2000 DPI. Concultura . El Salvador.


España Mira José, Descripción del Barrio de San Jacinto.
1916 Separata.

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1979

Retamal B Gladys, Expresiones de la Identidad Barrial: en Etnografía dos pequeños terri-
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Signorelli Amalia, Antropología Urbana.
1999 Anthropos México

Ticas Rivero del Pardo, Victoria Inés . Diagnostico de la situación de salud el área atendida
1986 por la unidad de salud de San Jacinto. Tesis UES, para
optar al grado de medico

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Antropologia de lo barrial.

El antropólogo Argentino, Ariel Gravano en su obra “Antropología de lo Barrial: Estudio sobre la producción simbólica de la vida urbana (2003)”, profundiza sobre la simbolización de la vida urbana situándose en el contexto particular del barrio.
Este último es concebido como un rompimiento de la homogeneidad cultural que irradia el proyecto que erige la “ciudad”. Pues supone unas características que le son propias al barrio, en una lucha con los procesos dominantes-estructurales que las sociedades instituyen, del cual el barrio es un receptáculo y espejo de estos procesos de las sociedades nacionales.
Una de las primeras afectaciones al barrio lo constituye el proceso de segregación, y luego la división social del trabajo de la ciudad. El barrio constituye aquí la residencia de la masas trabajadoras, oponiendo en cierta forma a la ciudad como espacio de edificios administrativos, o comerciales. Constituyéndose en un espacio que abarca tanto lo físico, como lo social pudiendo darse condiciones de representación por lo actores que en él, viven estas son vehiculada o entendidas como “problemas urbanos”
El barrio pues, representa para Gravano, un símbolo mediante la cual se representa la convivencia de la vida social, de los valores en el barrio. Como los valores tienen cierta viabilidad en el espacio- tiempo desde la comunidad vecinal, o la pre-urbana; se busca esa armonía “perdida”.
Más bien, el autor constata el ámbito de los valores subyacente a una forma social, en este caso el barrio –situado en un espacio y tiempo- , tiene una heterogeneidad interna entre sus habitantes lo cual permite la construcción de identidades. Esta última llevaba a considerarse como una producción ideológica, donde se muestran las contradicciones internas a través del tamizaje del discurso por unos dispositivos gramático-sintácticos.
Citando a Crenson en su concepto de identidades apuesta por ver la identidad como un proceso en constante construcción; visualizando la auto atribución, el reconocimiento, la construcción simbólica dentro de una imaginario, donde se entrecruzan miradas.
Entendido este último, no como la suma de representaciones sobre la ciudad, sino: como surgido de las interacciones, contradicciones y desfases entre le hacer y representar, entre el actuar y el decir.
Así, el barrio se potencia y consuma como constructor de identidades sociales, mediante representaciones simbólicas se marca el espacio, aunque no de manera univoca, citando a Lynch ejemplifica, como el espacio vivido renueva permanentemente las claves para su legibilidad.
Lo cual problematiza las identidades mismas pues, son vividas en alteridad con relaciones de poder, en la que adquiere importancia básica el espacio como la temporalidad.
Dando con ello resultado de lo que Gravano, llama lo barrial, como un estigma, o una tipicidad, entre los actores que viven el barrio, pudiendo llegar a negarse lo barrial del barrio.
Parte el autor de una metodología con enfoque deductivo, tomando la identidad como una relación social de alteridad bajo los axiomas: conjuntivo/disjuntivo, capaz de asumir diversos significados.
Gravano, señala que en la concepción de identidad barrial, se puede concebir esta como dinámica o estática: “Si dinámica, es fundamental verla como algo cambiante, pero puede entendérsela en términos mecanicistas o dialécticos” (Gravano 2003: 262), no obstante, concebirla en términos dialecticos es partir de una concepción que forma parte de una totalidad mayor, por ello considera que puede ser enfocado de una forma idealista o materialista.
Sin embargo, es esta última la que retoma para señalar que hay un componente por medio del cual se materializa la identidad barrial, como proceso y producto. Ello le sirve para justificar el tomar las identidades dentro de un mundo de representaciones simbólicas, así como ideológicas, para llegar a ella se parte de la representación que hacen los grupos sociales, considerando dentro de este mismo proceso la ruptura, naturalización de la conciencia.
Para ello parte de cuatro relaciones a establecer: unidad/diversidad; conjunción/disjunción; identificación/diferenciación; homogeneidad/heterogeneidad. Considera que los valores son en una estructuralmente hablando, relaciones de oposición y una toma de partido por determinados intereses.
Por otra parte, dentro de esta toma de partido que hace al barrio subyacen variables como la clase social, el estigma los malandros, o drogadictos. Un punto importante es el quiebre que hace la pirámide alta en la escala económica. Con una capacidad para diferenciar entre “las familias”, y los otros con atribuciones que hablan de una condición étnica; los bolitas, los coreanos.
Su propuesta de análisis sigue a Yuri Lotman, en cuanto concibe la semiosis de un fenómeno y luego su papel en distintos contextos y su papel histórico. Gravano, procede hablando de alteridad sígnica (los significados de otros), y alteridad histórica o (momentos e interese otros), así el barrio se concibe como un símbolo –lo barrial- como condensación de significados estructurante de un pasado que es presente.

Concibiendo un proceso de incidencia de la vida social urbana; critica la concepto de cultura de la Escuela culturalista, “modo de vida”, para señalar como un “horizonte simbólico subyacente a una gran diversidad de contextos, capaz de reproducir y transformar” (Gravano 2003: 269)

Lo que quiere el autor hacernos ver, es que el barrio es un ámbito de producción de los estratos bajos de las sociedades, en contante disputa con lo dominante, tanto en lo ámbitos del espacio, como el trabajo o el de ingresos. Una barrialidad poco notada en el imaginario formal de las sociedades.

Por. Luis Alberto Martinez marin